Cuando la sargento Mora Pastrana irrumpió en esa escena del crimen, el panorama era devastador. Aunque le haya tocado percibir la escenografía al revés, porque lo primero que descubrió fue al supuesto asesino detenido y en evidente estado de shock, después a la madre de la víctima tratando de reconstruir el crimen desde el dolor, y por último, el cuerpo del delito. Este último era el de un niño llamado Ciro, de apenas cinco años de edad y que flotaba sin vida dentro de una bañadera repleta de agua con restos de sangre. La sargento Pastrana solicitó precisiones al oficial a cargo, pero sin dejar de observar a la madre de Ciro, que, sin demasiados resquicios de llanto, no paraba de gritar para que todos a su alrededor la escuchasen. Mora regresó de sus cavilaciones cuando su colega le informó que el supuesto autor material era el padre del niño, un tal Martín Brassi, y que la madre de la víctima se llamaba Tamara Roncaglia, ambos en la actualidad, en matrimonio consumado.
Minutos después, Mora interroga a Tamara Roncaglia.
-Señora Roncaglia, soy la sargento Pastrana y necesito que me cuente que pasó.
- ¡Lo de siempre, oficial! ¡Mi marido y sus eternos ataques de celos!
- ¿Celos? ¿Hacia quién?
- A todo, oficial…-se encoge de hombros y luego remata:- a todo lo que tenga pantalones.
-Señora, trate de ser más específica. Habla de celos de su esposo, pero no más. Necesitamos saber que los llevó a esta tragedia.
-Él llegó justo cuando el electricista estaba arreglando una perilla de la luz y, de buenas a primeras, comenzó a gritar que este hombre era mi amante. Entonces, sin mediar más palabras, empezó a agredir al hombre, forcejearon y terminaron golpeando a mi hijo en la cabeza y este… - la voz se le entrecorta y no puede terminar la frase.
Mora respeta la pausa obvia, pero luego continua.
-¿Qué hizo este hombre cuando se dio cuenta de que lastimaron a su hijo?
-Huir despavorido, pobre.
-Golpeo a un niño, este queda inconsciente y se fuga. ¿No le parece raro?
-...
-¿Cómo se llama este hombre y cuanto hace que contrata sus servicios.
-No...no sé.
-¿No sabe, qué? Haga memoria, por favor.
-No sé su apellido.
El silencio de Mora parece intimidarla.
-Creo que era... Ferreyra. Sí, ese era su apellido. Y sí, era la primera vez que venía -se tapa la cara y prosigue: - Por favor, sepa entenderme por el momento que estoy pasando.
- Por supuesto. Y dígame: ¿Dónde o por medio de quién lo contactó?
-Por un aviso en redes sociales y le escribí- contesta la mujer sin dejar de restregarse las manos.
-¿Y usted acostumbra a contratar servicios así en tiempos de tanta inseguridad?
La mujer queda petrificada mirándola durante varios segundos y cuando intenta modular palabra, Mora se adelanta: -Por ahora no más preguntas, señora Roncaglia.
La servidora de la ley emprende retirada y algo la detiene para volver hacia su interlocutora.
-Señora Roncaglia... algo más. Necesito ver el mensaje de contacto con ese plomero.
-¡No! Imposible, oficial- grita y agrega:- mi marido destrozó nuestra computadora.
-Bueno. Ya volveremos a hablar, señora.
Mora descubre que el supuesto asesino ya no está en la escena. Al consultar, le informan que fue trasladado a un nosocomio para ser asistido y posteriormente quedar detenido. Si quiere interrogarlo deberá esperar hasta el otro día y sabe que eso no será tarea sencilla. Antes de abandonar el lugar, pide el teléfono de Tamara Roncaglia.
¿Por qué no será tarea sencilla interrogar a Brassi? ¿Qué o quién puede complicar su trabajo? Lisa y llanamente, Silvio Ferranto, el jefe de Homicidios. Un policía corrupto de larga data y que es apodado “El Japo” por su descendencia familiar materna y otras yerbas. El mismo, desde que ella ingresó a las esferas de dicha jurisdicción policíaca, le dejó en claro, que para trabajar en paz, deberá pasar por su cama, algo que Mora preferiría la muerte antes que esa opción. Si bien la sargento es personal efectivo de Narcóticos, cuando la solicitan para colaborar en Homicidios, queda bajo el territorio de Ferranto. Esto es lo que lleva a Mora a atajar el golpe metafóricamente hablando, y a comunicarse esa misma noche con el mayor Humberto Bressan, superior inmediato tanto de ella como de Ferranto, y en un claro , decoroso e ingenioso puenteo consigue autorización para hablar con el acusado sin tener que hacer escala en la órbita del jefe de Homicidios.
Mora se sienta frente a Martin Brassi y, después de varias preguntas de rigor, descubre que el hombre continua en un evidente estado de shock. No habla, no parpadea y llora en silencio cuando le nombran a su familia. Al no encontrar respuestas, Mora decide retirarse, no sin antes advertirle de que en algún momento deberá hablar. Se está yendo, cuando descubre en el detenido una herida sobre su ceja derecha que consiste en una profunda lesión realizada con un elemento punzante. ¿Por qué no fue tapada y limpiada la misma con un apósito?
Cuando sale de la sala de interrogatorio con esta incógnita invadiéndola, se encuentra con Ferranto de frente.
-No pierdas tiempo, bombón- dice él en tono alusivo, pero visiblemente molesto.
-No voy a definir mi teoría hasta que no hable con Brassi- contesta tajante ella.
-Linda…- se acerca hasta su cara- no me compliques las cosas. Ya bastante con qué me puenteaste en mi propia jurisdicción. Este caso está resuelto porque Brassi es culpable ¿sí? Punto final.
-Perdón, pero no para mí - responde ella mientras emprende retirada- por lo menos hasta que Bressan, mi verdadero jefe, diga lo contrario.
No hace ni dos pasos, cuando Ferranto la toma de un brazo y la gira para apretarla contra su cuerpo con la otra mano. Esa segunda mano se apoya en su muslo y ella siente un fuerte e inmediato dolor. Por inercia, Mora suelta un artero rodillazo que se incrustan en los testículos de su atacante. El hombre retrocede con el dolor pintado en sus pupilas, pero tomándose la mano con la que tocó la nalga de la joven.
- ¡Me volves a tocar y te mato, basura! - dice ella iracunda poniendo por inercia la mano en la funda de su arma.
- ¡Aléjate de este caso porque me vas a conocer como enemigo, putita! – le advierte Ferranto sin dejar de sobarse su entrepierna.
Ya en su casa, Mora toma una ducha reparadora. Debe pasar en limpio lo que tiene del caso. Martin Brassi por ahora es una incógnita mientras no hable. Tamara Roncaglia tiene un discurso repleto de incompatibilidades. Sin ir más lejos, como contactó al electricista es solo un ejemplo de ello. Ella es, sin dudas, su primera y única sospechosa hasta acá. En ese instante, se atraviesa el recuerdo del acoso reciente de Ferranto. Siente asco. Se manifiesta con ganas de vomitar, pero no pasan de arcadas. Porque en realidad, es uno más de los tantos desde que se conocen, pero hasta acá ninguno había sido tan violento. Se toca el brazo que le apretujó y descubre que tiene un profuso moretón. Y casi por inercia lleva su otra mano al muslo que le manoseo y siente un fuerte ardor. Se mira y tiene una herida punzante. Enseguida recuerda la herida en la ceja de Brassi. Sale despedida de la ducha y se cambia en tiempo récord. Sabe que son las seis de la tarde y a las siete Ferranto se va de su oficina. Debe apurarse si quiere descubrir cuanto antes la verdad en este crimen.
Mora llega a la seccional. Ya casi nadie habita el lugar. Va directamente a la oficina de Ferranto. La puerta está apenas abierta. Él habla por su celular con altavoz, mientras hojea la revista El Budoka. Cuando Mora está a punto de golpear, escucha que intenta calmar a alguien y remata diciendo: “Lo arreglo y te llamo ¿sí?” Entonces Mora espera unos segundos para no levantar sospechas, y luego golpea.
-Silvio… ¿Se puede?
-Sí, pase- responde él con una mirada condescendiente cuando la ve.
-Me equivoqué -dice ella sentada frente a él mientras encoge sus hombros- ese loquito, como decís vos, es culpable. No hay otra. Quiero pedirte disculpas por todo y estoy a tu entera disposición para lo que venga- cierra ella sumisa, pero mirándolo fijamente .
-No, perdóname vos- sonríe el jefe dejando caer sus parpados- y me encanta que me entiendas, Morita. Si te parece, te espero mañana bien temprano para presentarle el informe final a Bressan ¿sí?
-Perfecto.
-Mora…-prorrumpe Ferranto mientras la joven se está yendo.
-Sin rencores ni dobles intenciones: si queres, en un rato corto y podemos tomar algo.
-¡Por supuesto!.
-Listo- dice él agradeciendo mientras se persigna.
Mora se va con este último gesto manual de Ferranto en su mente . Sale de allí y va directo al baño, que se encuentra a unos veinte metros de distancia. Entra y le envía un mensaje a Tamara Roncaglia diciéndole que se comunica de parte del Jefe de Homicidios Ferranto y que se comunique con él cuanto antes por algo muy importante. Del otro la mujer le responde que de inmediato lo hará.
Un rato después, sale del baño y por el pasillo observa como Ferranto se está yendo. Cuando este se pierde por la arcada de la puerta, Mora entra a su oficina y retira el grabador que dejó allí sobre el escritorio a hurtadillas durante la charla que tuvieron.
Ya en la comodidad de su auto, Mora escucha toda la grabación y la alegría le invade el rostro cuando descubre que Ferranto, una vez más, usó el altavoz para llevarla a cabo. Luego, ingresa a internet desde su teléfono para buscar algunos datos que la acerquen a Ferranto.
A la mañana siguiente, el mayor Bressan y Mora se encuentran un rato antes . Enseguida repasan la grabación juntos para después ir al encuentro con Ferranto. Antes de que este último comience con su monólogo, Mora lo interrumpe y pide la palabra al mayor Bressan.
-Disculpen, señores, pero necesito compartirles algo, que, si bien no tiene validez oficial, puede marcar un precedente para iniciar una jugosa investigación.
Ferranto está desconcertado. La cinta de audio empieza a correr.
-Hola, Tamy-dice la voz de Ferranto- te dije que esperaras que yo te llamara, pero no importa. Escúchame: la otaria de Pastrana cayó. Se creyó que tu marido es culpable. No hay pruebas. Solo la de mi anillo por la herida que le hice en la sien cuando peleamos. Después, nada. No hay indicios de la pelea con tu marido en tu casa , ni cuando forcejeamos y por mi empujón él golpeo a Ciro y lo mató. ¿Vos que le dijiste a ella?
-Nada- responde Tamara-. Le dije lo que pactamos. Que no tenía registro del contacto con el electricista porque me comuniqué con él a través de internet y que la computadora la rompió Martín. Escúchame: ¿Te la sacaste de encima a la compu? ¿no?
-Sí, boluda. Bah, todavía no. La tengo en el auto, pero hoy mismo la hago desaparecer porque tiene restos de sangre de Ciro cuando se golpeó contra ella. ¿No diste ningún nombre que nos pueda complicar, no?
-¡Silvioo! ¡La puta que te parió! ¡Ya bastante tuve con tener que hacerme pasar por madre compungida cuando solo soy la mujer del padre del pibe! -trata de serenarse , entonces baja la voz- ¡Así que hace desaparecer ya mismo esa maquina porque no pienso terminar presa por un muerto que es de ustedes dos!
-Tranquila, bebé...yo lo arreglo. Algo más: ¿Diste algún nombre?
- No, gordito. Aunque- se ríe nerviosa- casi meto la pata cuando me preguntó el nombre del electricista. ¿Podes creer que casi le digo Ferranto y sobre la marcha lo corregí por Ferreyra?
Ferranto se levanta con intenciones de abandonar la escena, pero la puerta se abre y aparecen dos efectivos para retenerlo. Mora mira a Ferranto, aunque habla para Bressan.
-Mayor, si necesita alguna prueba más, el anillo que el señor Ferranto porta es un Kakute ring. Es un arma ninja, del cual el comisario es un gran coleccionista en la materia por su ascendencia familiar, y con el que puedo apostar y le pido que corrobore, le originó la herida en su cabeza a Brassi. Algo más, mayor: si necesita más pruebas, con algo más de privacidad, puedo mostrarle que con esa misma arma lastimó a alguien más.
FIN.