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LA DALIA NEGRA

un Cuento de Ciencia Ficción de
Nonell German




La fraternidad “Los Caracortadas” decidió tomarse el año sabático para lo que, según los cinco integrantes particulares, debía de llamársele <<Retiro espiritual>>. Habían dejado los estudios en la Escuela de Música de Buenos Aires a mitad de cursada para crear su propia banda independiente, a través de la cual expandirían las fronteras del rock y la Heavy Metal, de la que eran perdidamente fanáticos. En medio de la autopista, a bordo de una RV prestada de a fines de los 80 (por no decir “hurtada”), con cuarenta grados de térmica y casi sin refrescos, avistaron un pequeño centro de descanso y decidieron pasar allí la noche. Por lo menos hasta que no hiciera tanto calor.
Y el interior de la camioneta era sofocante.
Uno por uno, con considerable lentitud, bajaron Rocco, el guitarrista, Sandra la bajista, Lord Z, el baterista, y los hermanos Dandi, nacidos el mismo día, aunque nada parecidos. Hacíanse llamar “Los Desafinados”. El por qué se definía a la hora de cantar.
El primero apenas podía mantener abiertos los ojos; Z, cada cinco segundos se acuclillaba para ir al baño, Sandra tenía la garganta más seca que un tronco caído, y los Dandi se disputaban qué litera iba a ocupar cada uno. El sitio, por otro lado, era amplio, abundante en lo silvestre, y con una encantadora vista paradisíaca. Como mínimo unas veinte cabañas a base de madera tallada (estilo tradicional), cada una con un logo extraño de lo que daba a parecer como una flor color carbón.
–Bienvenidos a la Dalia Negra –dijo quien pasaría a ser su guía. Tratábase, básicamente, de Elías Pardo Rosso, de unos 36 años (aunque aparentaba mucho más), mediana estatura, traje de boy scout, sombrero de cuero, morocho, y con acento mitad chaqueño mitad misionero. Las botas que usaba, misma marca que el sombrero, le ayudaban a no sentir la cálida arena rasposa que restregaba su gamba, como si pareciese una tormenta en miniatura.
Sandra, que en aquel momento dejó de sentir náuseas y pasó a experimentar una rara piel de gallina, sintió que lo ideal sería ingresar nuevamente en la camioneta y seguir por lo menos unas millas más. Algo en los ojos de Elías, verdes como el césped podado, regado por la lluvia pero que cada tanto parecían cambiar de color, le hacían adoptar un sentido de precaución.
Fue un día largo como para ponerse paranoico justo ahora, hubieran pensado, dado que optó por guardarse los comentarios.
Al menos por el momento.
Pasó a presentarse Sofía Del Cairo, la prima de Elías con quien trabajaba allí casi todos los veranos; una vez completo el equipo pasaron a recorrer las instalaciones. Para los Dandi –que desde chicos tenían la costumbre de debatirse quién tendría a la mujer más linda; como si se tratase de algún melancólico concurso de popularidad– <<no había ningún problema>>. Se hacían los interesados con tal de ganar atención y sumar uno que otro punto. Mientras que Rocco, Sandra y Z, que ya no sabía cómo hacer para que no le bajasen los párpados, sucumbían ante el aburrimiento.
<<La Dalia Negra se fundó originalmente en 1857 con la llegada del primer ferrocarril europeo…la idea en un principio era que sirviese como cuartel militar, pero cuando acabó por conquistarse el terreno pampeano el gobierno unitario decidió que sería mejor…Y de esa forma acabó convirtiéndose en un centro recreativo. Lo que ven a su alrededor, todo lo que es llanura, montañas, numerosos vertederos, incluyendo un arroyo en el bloque nordeste, son condominios fiscales pertenecientes al municipio local, y por lo tanto no se puede apropiar, y tampoco se puede recorrer sin autorización. En cuanto a las actividades que ofrece el lugar…
Seguía contando Elías como si su cabeza fuere una enciclopedia. Daba para seguir todo el santo día. No paraba más.
Hasta que por fin se le asignó a cada uno un lote para hospedarse, y que, a las nueve y media de la noche, como plato del día, unos finísimos tallarines con tuco, y un vino tinto para <<relajar el paladar>>, o algo así escucharon.
Esperaron a que desaparecieran por entre los juncos para ingresar a las corridas, cada uno a su específico para lanzar a volar prenda por prenda y pegarse lo que fue, o por mucho o por lo menos hasta ese entonces la que fue la ducha más larga que habían tenido. Ya que jamás habían experimentado tanto calor. Era como estar vagando por el medio del feroz desierto, o por la Puna jujeña en plena sequía sin una sola pizca de agua o brebaje. Más tarde se tiraron en la cama…no tardaron ni medio minuto en hacer vibrar la ventana con sus ronquidos. Z hizo lo mismo, aunque tardó un poco más en consolidar el sueño; para su gran desgracia le tocó compartir muro con Rocco y Sandra, que también hacían crujir la pared mientras hacían lo suyo. Se tapó la cara con la almohada, puteando hacia adentro, hasta que también se puso a roncar. Considerablemente.
En menos de lo que tarda la gallina en poner el huevo pasó a hacerse de noche y corrieron todos al quincho con estómagos vacíos. Ubicado en el centro del campamento, hecho a base de madera y paja tradicional –como aquellos en el que los paisanos se reúnen, de noche como de día, para guitarrear y bailar chacarera–, excepto por una cosa que probablemente, o no tuvieron en cuenta, no alcanzaron a ver, o directamente no estaba allí cuando llegaron:
La presencia de un viejo espantapájaros, hecho también a base de paja, pero cuyas prendas daban a pensar eran de a comienzos del último siglo. Le recordaba a Rocco de sus abuelos maternos; inmigrantes austríacos que vinieron al país huyendo de los nazis, pero que antes labraban las hectáreas de un terrateniente con trastorno narcisista y una dislocada adicción a los habanos. Normalmente, según le contaron, se tendía a colocarlos como a Jesús en la crucifixión, salvo que a este (de la estatura de un adolescente fornido) se le ubicaba con brazos y pies estirados, como la equis del tesoro. Será que, además de mantener alejadas a las plagas se lo usa también como tiro al blanco, o eso pensaba Z, que, de chico, mientras los demás se decidían entre futbol o básquet, este optaba unirse a cualquier grupo o secta de carácter satánico. O con inclinaciones hacia el ocultismo.
En parte por eso terminó optando por el rock. Casi siempre, si no era The Cure sintonizaba “Paradise City”, de Guns & Roseso “House of the rising sun”, de The Animals.
Incluso la mesa, las sillas, hasta los cubiertos estaban forjados a base de material tradicional, y en las servilletas: la imagen del mismo objeto que le daba el nombre al lugar.
La susodicha dalia negra. Presente hasta en los jarrones con agua.
Los que más comieron fueron Rocco y Sandra (por razones obvias), los Dandi jugaban a quien tardaba más tiempo en parpadear –continuaban fulminados por el viaje–, mientras que Z iba por su enésimo pañuelo descartable debido al extraño aroma que le irritaba las fosas nasales, al grado de provocarle una fuerte alergia. Pronto comenzó a ver borroso y a llorarle ambos ojos.
Terminó por irse a acostar.
–Qué extraño –dijo Rocco– Yo no huelo nada. Será que ando con la nariz tapada.
Lo mismo fue para Sandra, Z como para los Dandi: ninguno sentía nada. Consultaron a Elías y a Sofía, tampoco tenían ideas. Se ofrecieron a componer un par de temas de Gardel con la que parecía ser <<su propia guitarra>>, pero como antes que saliera sol estarían nuevamente en la carretera, agradecieron formalmente y apagaron la luz.

*        *        *

8 am. El sol salió ya, hace por lo menos dos horas y cuarto, pero no por eso se les fue la somnolencia. Si no el grito desesperado de Sandra que, yendo a buscar su cepillo de dientes a la furgoneta, se encontró con el cadáver de Lord Z, aun fresco, pero con toda una familia de hormigas entrando por una fosa y saliendo por la otra, pretendiendo tomar cuanto pudieran sin dejar una porra para los cuervos y zorros. El hedor que emanaba, por el momento, no se sentía tanto, dado que llevaba allí no tanto tiempo. A metros de la entrada, oculto entre un puñado de arbustos con una docena de moras por cada retoño. Ni Rocco ni los Dandi eran capaces de observar, aunque ya no se quitarían esa imagen de la cabeza. Especialmente la expresión espasmódica en su mirada paralizante. Los ojos, igual de abiertos que el conejito Fisgón en la película esa de Adam Sandler, y que daba a creer que, antes de sucumbir (vaya uno a saber a qué) fue víctima de un susto omnipotente; o directamente algún infiltrado lo sorprendió por detrás y lo tumbó con algún objeto pesado.
Esa teoría, más tarde fue descartada, ya que la autopsia no reveló signo alguno de violencia, o agresión de parte de un tercero: la causa de la muerte fue por paro cardiorrespiratorio.
Extraño ya que Z (Lorenzo Llanos era su nombre) no era paciente cardíaco, siquiera en su vida había ido al cardiólogo.
Incapaces de abrir la boca sin antes soltar un torrente de lágrimas, la banda pasó un día más en aquel lúgubre alojamiento; carentes de hambre, sed o sueño, aunque les fue imposible negarle a Elías componer el Cambalache de Enrique Santos Discépolo, junto con “Every breathe you take”, de The Police.

*        *        *

Al día siguiente se cruzaron con otra gran sorpresa: los hermanos Dandi (Bruno y Hortensio) fueron hallados a metros del viejo molino de viento, del cual se dijo, fue trabajado por una familia indígena al servicio de los unitarios, una vez finalizada la última campaña al desierto. Tomados de la mano, misma apertura de ojos, misma expresión facial, rodeados por una nube de moscas, y una lombriz de la extensión del fideo más largo del mundo sobresaliendo de la boca del que nació cinco minutos antes.
A diferencia de Z, llevaban difuntos como dos horas más.
Esto jamás había pasado, o así se excusó Elías al minuto que llamaba una vez más a la policía forense, mientras que Sofía, de manos delicadas les hacía a los dos –Rocco y Sandra– un fino té de tilo. Era claro que al día siguiente la intendencia ordenaría una clausura total; o al menos preventiva hasta que se diera con el responsable de una triple tragedia.
Tanto Rocco como Sandra no esperarían a que ocurriese, sino que para entonces estarían metiendo quinta devuelta a la ciudad. Sin noción alguna de cómo explicar lo acontecido.
Esa noche durmieron los dos juntos, sin separarse por un minuto, siquiera para ir al baño; dadas las 6 am en la alarma de su reloj pulsera, se incorporaron nuevamente, empacaron lo más rápido que les dieron las piernas, y mientras Rocco guardaba todo en la furgoneta, Sandra ponía a calentar el motor.
Por fortuna tocó una mañana nublada y con viento norte acariciando sus ásperas mejillas. Momentáneamente se sintieron reconfortados…por lo menos no viajarían con el sol del mediodía disparando en su rostro. No por eso les dolía la cabeza: como si algún espectro maligno intentase salir por ahí. <<Cada vez que veo a Keanu Reeves es como si el consentido de mi primo me volviese a joder con jugar un rato a la pelota. Mientras que sigue acumulando materias para diciembre>>, solía decir Z cuando enganchaba Constantine por Cinecanal. Sintieron unas fuertes puntadas que, poco a poco, minuto a minuto, acabaron por tornarse en una profunda migraña. La vista se les nubló al grado que pensaron que se iban a desmayar, con poca probabilidad de volver a despertar. Si no era que nula. 
Justo ahí vieron un pequeño destello amarillo fosforescente, y que cuanto más se acercaban, menor era el sufrimiento. A lo mejor algo que les cayó mal la noche anterior, creía Rocco; capaz, incluso, se trataba de un mal sueño –todavía no se habían levantado de dormir–, sostenía Sandra; pero por más que se cacheteaba con ambas manos repetitivas veces, continuaban sendero directo hacia aquel punto brillante:
Como cachorros de gato hacia el puntito rojo, procedente de la pistola laser.

*        *        *

Sin darse cuenta Rocco pisó un fino cordel oculto debajo de una pila de hojas; ese cordel se desprendió rápidamente liberando un contrapeso (con sostén en la copa de dos sauces curvos), hasta que un poste de madera con una hilera de estacas en la punta, en forma horizontal, se levantó del suelo –como la escotilla de un barco que conecta ambas partes– y se incrustó en el pecho de Rocco. Dejándolo inmovilizado.
A los pocos minutos dejó de respirar, mientras acababa por ahogarse en su propia sangre.
Sandra, por su parte, no tuvo tiempo para gritar ya que la chitó la fantasmagórica figura del mismo espantapájaros que yacía junto al quincho la primera noche. Como que ya no sentía las piernas, acabó por postrarse en un roble a metros del cadáver de Rocco–, mientras que aquel espectro se posaba frente a ella, mirándola fijamente, como si pretendiese apuñalarle con la afilada hoja gruesa que sujetaba con guantes de cuero, y enseñarle su corazón aun palpitante.
Se arrodilló despacio haciendo ruido con las botas y se quitó la máscara de paja: para su gran sorpresa era Elías, con la cara pintada de negro y blanco. Volviéndolo indistinguible debajo de aquel bulto seco.

*        *        *

–<<Ahora volvé a casita, y contale a quien sea lo que viste acá. Que sepan, de última, lo que le sucede a quien pone un pie en el campamento La Dalia Negra>>, o algo así pude entender. Y que al final fue poco más que real. Parecía referirse a que nuestra intención era adueñarnos de algo de lo que, si bien en un principio no teníamos idea, mucho menos intención (en lo más cercano), al final me puse a indagar un poco; leí lo más que pude al respecto (paso más tiempo en la biblioteca que en cualquier otra habitación de este lugar de mierda), y cuanto más me adentraba en el tema, más atónita me quedaba. Si no es que perturbada: Elías y Sofía no eran primos, eran hermanos. Quedaron huérfanos a la edad de 5 años cuando un grupo de usurpadores mató a sus padres y tomó posesión del campamento. Y pudieron haber seguido ellos, de no ser por los eventos que sucedieron al día siguiente. Cuando uno de ellos fue encontrado muerto junto a un claro, con la mirada perdida (como en una especie de limbo), y un aroma extraño, como avellana o almendra podrida emanando de su boca. Ninguno supo qué demonios había sucedido…lo que más tarde acabaron por atestiguar, fue que, poco a poco, minuto a minuto, como las manijas de un reloj…uno por uno iban sucumbiendo hasta no quedar ninguno. ¿Fue casualidad, o mera superstición? ¿Fue cosa del destino, o acá hubo magia negra? Un hecho sin precedentes, inclina por desatar una cadena de eventos sin precedente. Es también lo investigué, no es cosa del destino. Tampoco hace falta acudir a un dios: se la conoce como la luminaria. Una hierba estrambótica, de lo más exótica, que crece en las profundidades de la selva amazónica. Sobrevive únicamente en lugares húmedos, dado que, en aquel campamento, con clima favorable, y una serie de manantiales y arroyos por cada dos kilómetros, perfectamente sería capaz de crecer. Pero eso no es un dato relevante. Lo más preocupante, son los efectos colaterales. Verán, así como hay plantas que segregan sustancias que irritan a todo aquel que ose cortarlas; aquellas que producen urticaria, incluso las que cierran sus fauces una vez se posan los insectos, o criaturas pequeñas, esta en particular genera una sustancia incolora que actúa como alucinógeno, manteniendo de esa forma lejos a los depredadores. Lo que no figura en la enciclopedia, es que a la vez inmerge a la víctima en una serie de ataques de pánico, y que de no tratarse a tiempo, puede concluir en paro cardiorrespiratorio. Por algo la autopsia de Z, en un principio, no tuvo ningún sentido. Después pasó a tenerlo.

*        *        *

–Lo más irónico en todo esto, no es quedarse solo a tan corta edad; o arreglártelas para llegar a un punto en que cualquier otro se preguntaría: << ¿Cómo hizo esta persona vivir tanto tiempo sin la compañía de una presencia adulta? >>. Para pasar de una etapa a otra sin valerte de otra cosa que tus propias decisiones. No. Lo más llamativo, es la rapidez con que se te puede dar vuelta la tortilla. El cómo puede cambiar todo de la noche a la mañana. Un día te está yendo bien, al otro ya no. Arrancas la semana con proyectos, sueños a cumplir, metas a alcanzar…pero antes de lo previsto te quedas sin nada. Hay miles de formas en que puede concluir una fiesta, no todas son buenas. Son tantas las maneras en las que se puede terminar…en las que uno puede terminar; uno puede morirse por la picadura de un insecto, caerse de una escalera y quebrarse la columna por no haber prestado atención…uno puede pegarse un buen susto, descansar un momento y seguir con el Dulce o Truco, pero nunca algo como lo que tuve que presenciar. Son tantos los crímenes que se comenten a diario; la mayoría, tarde o temprano pasan a esclarecerse. Son pocos los que quedan impunes. A menos que se trate de la hija de un juez, el nieto de algún empresario magnate, o el primo segundo del ministro de educación nacional, es muy poco probable que una persona (“personas”, en el caso de mis amigos de toda la vida) acabe de la misma forma que mis tan queridos hermanos Dandi, Lorenzo Llanos, y mi tan amado Rocco, con quien planeaba casarme el año próximo. Se necesitaba algo más que un susto extraordinario para que terminasen como terminaron…en este caso, la toxina de la hierba luminaria.
<<O Dalia Negra, por ser de un solo color>>
–Es inadmisible que un par de desquiciados como Elías y Sofía salgan impunes por no haber evidencia de que tuvieron algo que ver con sus muertes, ya que en cada autopsia salió lo mismo.
Rocco Moreno, Bruno y Hortensio Dandi, y Lorenzo Llanos, alias “Lord Z” murieron por <<un susto que les cortó la respiración>>.
–O que nos hayan atraído con una puta linterna. Tampoco hay prueba de que haya sido él (o ella) quien puso la trampa para osos que dejó a mi Rocco como chuleta de cerdo, pero es así…Ahora díganme una cosa, y ya no les jodo más: ¿Es cierto que el diablo viste mil caras, o es una ilusión mía? Cada tanto que hablo de esto me hago esta teoría. ¿No les ha pasado ya que les da esa sensación? ¿Será acaso deja vu? ¿el karma, pongamoslé? –decía Sandra a los demás pacientes mientras se mecía en su silla –en camisa de fuerza– con la cara empapada. De lo que había llorado.
Día 22. Hospital Psiquiátrico Mendiguren. Sala de reuniones. Dos semanas después de haber contado el caso a la autoridad local.

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