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El último canto del tenor
El crimen de un tenor lírico en su casa despierta la sospecha de tres personas que se cubren entre sí creyéndose asesinos entre ellos mismos. Pero la verdad develará que nada es lo que parece.

un Cuento de
Zas Gabriel Marcelo



Se escucharon dos golpes secos en nuestra puerta. Nuestro invitado debía haber llegado. Dortmund se levantó apresuradamente de su silla y de un salto, corrió a abrir. Abrió y sus ojos coincidieron con los del capitán Riestra. Nuestro amigo de la Policía Federal entró, nos saludó formalmente y se sentó tras una indirecta del inspector.

_ ¿Quiere beber algo, capitán Riestra?_ lo invitó mi amigo, cortésmente.

_ No, le agradezco, Dortmund_ declinó con la misma cortesía la invitación, Riestra.

_ ¿Ha venido a consultarme sobre algún caso en particular?

El capitán se mostró de repente sumamente preocupado, subsumido por una incertidumbre que lo atormentaba gravemente. Dortmund lo advirtió y adquirió una actitud benevolente para con nuestro amigo.

_ Puede hablar con total franqueza, capitán Riestra_ le dijo Dortmund.

_ Lo sé_ repuso el aludido, afligido._ Siempre es bueno contar con usted. Y en estas circunstancias, considero que es la única persona que puede ayudarme.

_ A su disposición. Si es tan amable de ponerme al tanto de los pormenores del incidente...

_ Antes que nada, debe saber que es un asunto bastante delicado. Bueno, ¿qué homicidio no lo es? Pero este caso en concreto reviste un interés por fuera de lo particular. No sé si en estos años de conocernos les he mencionado alguna vez que tengo una hermana.

Dortmund y yo negamos con la cabeza.

_ Bien_ continuó Riestra._ Se llama Carina Riestra. Es dos años menor que yo. Hace cinco años atrás se casó en secreto con Abel Luro. Es un buen tipo. Algo antipático y egocéntrico, pero una excelente persona. Ama mucho a mi hermana y eso es lo que importa. Ella es muy feliz con él...

Hizo una pausa abrupta. Y agregó en tono más grave y apesadumbrado.

_ Mejor dicho, era muy feliz con él.

Con Dortmund, intercambiamos una mirada muy significativa e insinuante.

_ ¿Por qué dice era, capitán Riestra?_ inquirió Sean Dortmund con mucho interés y mucha cordialidad._ ¿Qué sucedió?

_ Lo mataron hoy a la mañana clavándole un punzón en la nuca, dentro de su propio estudio, que está en la casa que compartía con Carina.

_ Eso es serio, capitán Riestra_ opiné.

_ Todavía no conté la peor parte, señores. Mi hermana se responsabiliza por el hecho. Sus palabras textuales ante el inspector que respondió al llamado al 911 fueron: "Estábamos discutiendo en su estudio. En un ataque de rabia, la situación se descontroló, y entonces, tomé la pistola y le disparé. Entré en pánico y me quedé paralizada. Y cuando reaccioné, ustedes llegaron".

_ ¿Dijo que le disparó con una pistola?_ pregunté asombrado.

_ Sí, doctor. Pero el forense constató que el arma homicida fue un fino punzón que estaba apoyado en el escritorio de mi cuñado. Diría que fue un arma de ocasión. Eso coincide con el ataque de furia de momento que manifestó mi hermana en su declaración, pero se opone tajantemente al método utilizado para darle muerte a Abel.

_ Perdone que le pregunte esto, capitán Riestra_ intervino Dortmund, pensativo._ ¿Su hermana padecía algún trastorno psicológico? ¿Estaba medicada por algún profesional?

_ No, nada de eso_ respondió nuestro amigo muy seguro._ Odio admitirlo, pero mi hermana encubre a alguien. No lo voy a negar, está en serios problemas.

_ En eso estamos de acuerdo, capitán Riestra. Pero de algo estoy absolutamente convencido. Usted no la cree culpable del asesinato del señor Luro.

_ ¡Para nada! Y quiero ayudarla. Hablé con el fiscal del caso, que es muy amigo mío, y convenció al juez para que nos dé 24 horas de gracia como un favor personal. Si no avanzamos dentro de ése margen de tiempo, la va a procesar por homicidio agravado. Por eso acudí a usted.

_ Haremos lo posible, se lo prometo. ¿Sospecha de alguien?

_ No. Decididamente, no. No estoy muy adentrado en la vida íntima de mi hermana y sus relaciones, así que no puedo dirimir mis sospechas en ninguna dirección en particular. Pero podemos reducirlo todo a dos personas: Santiago Lutzack y Martina Azcurra. Ellos dos visitaron a Abel un rato antes del asesinato hoy a la mañana. Pero Carina fue la última en verlo con vida y eso agrava aún más su situación procesal ante la mirada de la Justicia.

_ ¿Qué dijo la señora Riestra, capitán, respecto a lo que hizo con el arma después de supuestamente matar al señor Abel Luro?

_ Dijo que no lo recuerda. Y en lo que a mí concierne, dudo de que exista una. Ella y Abel aborrecían las armas de fuego. La Policía buscó en toda la casa pero no halló ninguna. Y los vecinos nunca escucharon una detonación. Bueno, eso está claro si a Abel lo asesinaron de una puñalada en la nuca. Por eso no pudo ser mi hermana. En ninguno de los dos casos, ella pudo matarlo.

El inspector abrió los ojos enormemente.

_ ¿Qué quiere decir?_ me atreví a preguntar primero.

_ Carina sufrió hace diez años atrás un accidente doméstico que le redujo su fuerza a la mitad en ambos brazos. Por ende, le hubiese resultado imposible tomar el punzón y clavarlo con perfecta precisión en el cuello de Luro. Lo mismo que haber tomado una pistola. No hubiese podido ni por lejos hacerlo.

_ Confirmado: encubre a alguien.

_ La pregunta es doctor_ expresó Dortmund_ a quién. ¿Al señor Lutzack o a la señorita Azcurra?

_ Hay que hablar con ellos_ propuso Riestra._ Y ver, además, porqué visitaron a Abel hoy a la mañana.

_ Estoy de acuerdo_ convino el inspector._ ¿Encontraron huellas en el arma homicida?

_ No. El asesino usó deliberadamente guantes.

_ ¿Tocaron algo de la escena? ¿No movieron nada?

_ Aparentemente, no, Dortmund.

_ Interesante. No lo sabremos con certeza hasta revisar la escena nosotros mismos y sacar nuestras propias conclusiones.

_ ¿Por qué discutieron el señor Luro y su hermana, capitán?_ indagué.

_ Carina creía que Abel la engañaba desde hacía tiempo con otra mujer_ repuso Riestra._ No sospechaba de ninguna en especial, pero estaba convencida de la infidelidad. Hace dos días encontró entre las cosas de Abel una pulsera de plata con incrustaciones de oro envuelta para regalo. Ella supuso que era la prueba que estaba buscando y la robó discretamente para averiguar para quién era. Abel descubrió su falta, ella lo enfrentó y por eso discutieron fuertemente al respecto.

_ ¿Usted cree que realmente había una tercera en discordia?_ preguntó Dortmund con un tono de voz sugerente.

_ Abel tenía muchos defectos_ explicó el capitán Riestra._ Pero dudo sinceramente que la infidelidad fuese uno de ellos. No, estoy absolutamente convencido de que ésa pulsera era un regalo para mi hermana y él estaba esperando el momento propicio para dárselo.

_ ¿Celebrarían algo especial prontamente?

_ No había nada cercano. Pero no se necesita esperar un día especial para hacer un regalo. ¿O sí?

_ Por supuesto que no, capitán Riestra_ repuso Dortmund, vacilante._ Hàbleme brevemente del señor Abel Luro, si es tan amable.

_ Era tenor lírico. Cantaba en uno de los coros del teatro Colón. La semana que viene estrenaría una nueva ópera y estaba muy metido con eso. Él se encerraba en su estudio a ensayar y estudiar el guión.

_ ¿Esto lo sabe por boca de su hermana, capitán?_ pregunté.

_ Efectivamente, doctor. Lo fui a ver una vez. Tenía una voz fabulosa. Su voz era tan potente, que hacía temblar las paredes de la sala a troche y moche.

_ ¿Algún problema con alguno de sus colegas de elenco?

_ No, doctor_ interrumpió Dortmund, decididamente._ No es relevante su pregunta. El motivo del crimen viene por otro lado. No perdamos tiempo. Vayamos a la escena. Recuerden que sólo tenemos 24 horas antes de que el juez acuse a la señora Carina Riestra por asesinato.

Y sin perder ni un minuto más, hacia allá nos dirigimos. Era una casa con una entrada amplia y un jardín trasero que daba al estudio del señor Luro. Por dentro, la casa no era gran cosa. Tenía una decoración austera y rústica, pero todo dispuesto elegantemente. Nos identificamos con los oficiales de turno e ingresamos.

Sean Dortmund fue directamente al estudio del señor Luro. Una vez dentro, su atención se fijó inmediatamente en la ventana que daba al jardín. La examinó visualmente, y haciendo uso de un pañuelo y con extremo cuidado la abrió. La revisó por dentro y por fuera muy a conciencia, salió al jardín por la ventana misma y la cerró. Calculó una mínima distancia, retrocedió de espalda y luego se volvió de frente mirando hacia el estudio. Repentinamente, sus labios surcaron una mueca de satisfacción. Con el capitán, lo miramos todo el tiempo confundidos. Y ésa actitud suya final nos dejó caminando sobre una cuerda floja.

_ Capitán Riestra_ dijo Dortmund, dirigiéndose directo a él._ Cuando su hermana vio el cuerpo de su esposo, ella lo vio desde acá, ¿no?

_ Sí_ repuso Riestra, modestamente extrañado._ Al menos, eso adujo ella en su declaración. Y le creo.

_ ¿El cuerpo fue hallado de frente o de espalda hacia la ventana?

_ De espalda. La Policía lo encontró con la cara girada hacia la puerta de entrada.

_ Entonces, ella no lo hizo porque no fue la última persona en ver con vida al señor Luro. Ella discutía en duros términos con su esposo cuando alguien llegó. El señor Luro le rogó a su esposa que le diese privacidad y ella abandonó el estudio bastante resentida, imagino. Y salió al jardín para tratar de determinar disimuladamente qué era lo que el señor Luro hablaba con su visitante. Quizás no pudo ver mucho y vio realmente menos de lo que hubiese deseado presenciar. Pero su mirada se topó con una escena espantosa un rato después: vio a su marido tendido en el piso de espalda muerto y se horrorizó. Y de ahí viene su confusión al creer que lo asesinaron de un disparo.

_ Vio la sangre fluir de la nuca y creyó que le dispararon en la cabeza por detrás_ reaccionó sabiamente el capitán Riestra._ Creyó que la persona con la que estuvo momentos antes lo mató y ella se inculpó por pánico. Fue impulsiva, actuó sin la razón. Y no pensó en los detalles del arma.

_ Exacto, capitán Riestra_ lo halagó mi amigo.

_ Carina conoce al asesino. ¡Nos lo tiene que decir! Sólo así podremos salvarla.

_ No, no debemos presionarla. Si no se lo dijo a los oficiales que la interrogaron, tampoco a nosotros. Aunque usted sea pariente de ella y por ende alguien de su mayor confianza, capitán, no lo hará. No, hay que hacerlo atrapando al verdadero asesino. Volvamos adentro.

Cuando regresamos al interior del estudio, Dortmund se abocó a examinar los elementos que había arriba del escritorio. Notó que había un espacio vacío en el centro de la mesa, en medio de una capa de polvo que cubría todo el ancho y el largo del mueble en cuestión.

_ Indudablemente, movieron algo de la escena_ dijo Sean Dortmund, señalando su hallazgo.

Con el capitán Riestra nos quedamos sin aliento.

Mi amigo se dirigió a los oficiales y peritos que trabajaron en la escena y todos negaron haber movido algo. Y se pusieron tensos cuando mi amigo los guió hacia su descubrimiento. ¿El asesino se había llevado intencionalmente algo que lo ligaba con el asesinato? Era muy probable, pero no algo definitivo.

Una mujer de mediana edad, cabello corto a la altura de la nuca y de modales muy correctos entró a la escena agitadamente desoyendo las advertencias de los agentes que trabajaban en el lugar. No obstante, la recibimos cálidamente.

_ Me llamo Martina Azcurra_ se presentó, frotándose las manos de nervios._ Tengo que confesarles algo, ya no me lo puedo guardar más.

_ ¿Qué es, señora Azcurra?_ inquirió Riestra.

_ Quiero confesar el homicidio de Abel Luro. Yo lo maté.

Los tres intercambiamos una mirada severa.

_ ¿Está segura de lo que dice? Es una acusación muy seria la que está haciendo_ dijo el capitán Riestra.

_ Sí, yo lo hice, yo lo maté_ repitió ella muy exaltada.

_ Muy bien_ asintió nuestro amigo._ Cuénteme cómo lo hizo.

_ Lo golpeé en la cabeza con el pisapapeles que hay en su escritorio. Discutimos, yo me estaba yendo, él me dijo algo provocativo, yo reaccioné, lo confronté, se rió de mí, me dio la espalda y en un denotado ataque de ira, tomé el pisapapeles y se lo partí en la cabeza por atrás. Me asusté y me fui.

_ Señora, eso no es posible...

_ ¡Yo lo maté!

_ Está bien. Que un oficial le tome la declaración para hacerlo formal. Dele todos los detalles, por favor.

Riestra llamó a uno de los oficiales que custodiaba el ingreso al estudio en donde estábamos todos y le dio estrictas órdenes de qué hacer con la señora Azcurra.

_ Muy bien, señor_ replicó aquél. Y se llevó a Martina Azcurra a otra parte.

El capitán se volvió hacia nosotros ofuscado y confundido.

_ Sabemos que ella no lo hizo_ deslizó con desdén._ Tenemos a dos personas que se responsabilizan por el homicidio y sabemos que ninguna de las dos lo hizo. ¿Qué opina Dortmund?

_ Que esto se está poniendo muy interesante_ declaró mi amigo con ímpetu._ Y lo mejor de todo es que el caso se está prácticamente resolviendo solo.

_ ¿Cómo es eso posible?_ expresó el capitán, desquiciado.

_ Ya lo verá usted, no se precipite.

Sean Dortmund continuó requisando la escena del crimen por unos minutos más e inmediatamente después de que hubo concluido su pesquisa, solicitó entrevistarse con la señora Azcurra.

Lo autorizaron y se encerró con ella en un cuarto aparte a solas.

El inspector le pidió que relatase los hechos tal como sucedieron al momento del homicidio y ella repitió la misma historia que nos contara a los tres previamente.

_ Miente, señora Azcurra_ declaró flamante, Dortmund.

Ella lo miró con hostilidad.

_ El señor Luro no murió de un golpe en la cabeza, como usted declara_ prosiguió el inspector.

_ Sí, porque yo lo hice.

_ ¿Sostiene su postura?

_ Firmemente.

_ Sólo intento ayudarla. Pero no puedo hacerlo si usted no colabora y es honesta conmigo.

_ Le estoy diciendo la verdad... ¡Soy una asesina desalmada! Tengo que pagar por lo que hice. Abel no merecía morir. Si tan sólo hubiese sido capaz de controlar mis impulsos en esos momentos...

_ ¿Se arrepiente?

_ Sí_. Agachó la mirada en señal de culpa.

_ Lo cierto es que usted no pudo haberlo matado, señora Azcurra_ siguió mi amigo con su disertación,_ porque al señor Luro no lo mataron de un golpe en la cabeza como usted afirma, sino de una puñalada en la nuca asestada con un punzón.

La expresión de la mujer cambió radicalmente.

_ Yo creí que..._ repuso Martina Azcurra, avergonzada.

_ ¿Que la asesina era la señora Riestra? Tampoco. Ella se culpó del homicidio porque vio a su esposo desde el jardín tendido en el piso con sangre que le fluía de la nuca y por eso pensó que le habían disparado. Pero eso no ocurrió tampoco. Carina Riestra sospecha que su esposo le es infiel con alguien más y lo confronta para averiguarlo. Discuten fuertemente y en ése preciso instante, llegó usted, lo que le dio razones a la señora Riestra para suponer que usted era la misteriosa amante del señor Luro. Ella los deja a usted y al señor Luro solos y se va para el jardín para poder espiarlos con sutileza, y confirmar o no sus temores. Usted la vio desde el estudio pero la ignoro porque jamás fue consciente de sus sospechas.

<No, no esperaba semejante cosa de la señora Riestra. Así que, el hecho para usted pasó absolutamente desapercibido. Pero no tanto para el señor Luro, que debió imaginar lo que su esposa pensaba y por eso le pidió a usted que se retirase. Usted se va ofuscada. Y en ese lapso de tiempo, alguien asesinó al señor Luro con el punzón para hacer creer que se trató de un crimen de ocasión y no fríamente planeado, como realmente fue.>

<La señora Riestra hace el descubrimiento del cuerpo e inmediatamente sospecha de usted. Usted, señora Azcurra, regresó porque dejó olvidado algo arriba del escritorio del señor Luro y vio algo inesperado: vio a la señora Carina Riestra arrodillada al lado del cuerpo de su esposo y sosteniéndolo llena de dolor y desolación entre sus brazos. Y usted supuso que ella lo había matado. Tomó lo que fue a buscar y sin intercambiar ni una sola palabra, recuperó lo suyo y se fue asustada, no sin antes intercambiar miles de miradas cargadas de emociones con la señora Riestra. ¿Me equivoco?>

_ No. Todo sucedió así_ admitió la señora Azcurra, absolutamente apenada.

_ Como no deseaba que la señora Riestra se viera envuelta en el asesinato de su marido porque la estima mucho y la considera una buena mujer, se inculpó usted misma por el crimen que pensó dadas las circunstancias que ella había perpetrado. Pero lo cierto es que no fue ninguna de las dos.

_ Carina no merece pasar por esto. La conozco hace años... ¿Sabe algo, inspector? Me alivia mucho saber que ella no asesinó a Abel.

_ ¿Qué volvió a buscar al estudio del señor Luro, señora Azcurra?

_ Una cigarrera. Abel era fanático de los cigarrillos que yo consumo. Así que, siempre que lo visitaba, traía mi cigarrera para convidarle algunos. Hoy a la mañana me echó tan de repente y me sentí tan molesta, que me fui sin agarrarla. Hice unos pasos, descubrí el olvido y regresé. El resto ya lo sabe.

_ ¿Cuánto tardó en regresar, aproximadamente?

Martina Azcurra vaciló antes de responder.

_ Entre cinco y diez minutos, no más_ respondió con contundencia.

_ ¿Está segura?

_ Absolutamente segura.

_ ¿Se cruzó con alguien en ese ínterin de tiempo?

_ No, no me crucé con nadie. No vi a nadie, inspector.

_ ¿Por qué visitó al señor Luro?

_ Éramos muy buenos amigos. Me propuso un proyecto de negocios juntos y estábamos en tratativas para concretarlo. No se lo dijimos a nadie para no arruinarlo. Pero venía muy bien encaminada la cosa y queríamos sumarla a Carina si todo resultaba favorablemente como esperábamos con Abel.

_ ¿De qué trataba el proyecto, señora Azcurra?

_ Con la importación de vinos. Iba a llamarse El último canto del tenor, en honor a su última ópera. Teníamos muy buenos contactos en Mendoza.

_ Gracias, señora Azcurra. Fue de mucha ayuda.

Sean Dortmund volvió al estudio del señor Luro y revisó el espacio vacío que había en el centro del escritorio.

_ ¿Qué sucede, Dortmund?_ preguntó Riestra, preocupado.

Mi amigo nos hizo un resumen de los hechos que dedujo a partir de la declaración de la señora Martina Azcurra, y luego agregó entre cavilaciones:

_ Ella alegó que volvió a buscar su cigarrera. En el hueco que hay en la mesa, se puede entrever la silueta de un accesorio similar al de una cigarrera, lo que se condice con el testimonio de la señora Azcurra. Pero al lado, hay una silueta de algo mucho más grande.

_ Había algo más apoyado al lado de la cigarrera_ deduje.

_ Es rectangular y de amplias proporciones. Algo así como una cartera...

_ Pero, sabemos que ninguna de las dos mujeres pudo haberlo hecho. Y no hubo una tercera en la escena.

_ Pudo ser un portafolios_ concluyó Riestra._ El asesino lo apoyó en la mesa, cometió el crimen y se lo llevó otra vez.

Dortmund miró a Riestra con brillo en sus ojos. Mas, lo siguiente que hicimos fue a hablar con la señora Carina Riestra, la hermana de nuestro amigo.

_ ¿Por qué sospechaba que el señor Luro le era infiel, señora Riestra?_ le preguntó Dortmund, con amabilidad.

Carina Riestra miró al capitán con una mirada interrogativa y él asintió con un leve movimiento de cabeza.

_ Siempre llegaba tarde_ respondió ella._ Me decía que ensayaba hasta tarde. Pero yo llamaba al teatro y me decían siempre que el ensayo había terminado hacía como dos horas. Permanentemente igual. Hasta que revisando sus cosas, encontré esa pulsera de plata. Era la prueba que estaba buscando, lo que necesitaba para comprobar que se veía con alguien más.

_ Y por eso lo confrontó hoy a la mañana. Y oportunamente, llegó la señora Azcurra y creyó confirmar sus sospechas.

_ ¡Era mi amiga! No podía creerlo. Venía a ver a mi esposo todo el tiempo.

_ También era amiga tuya_ dijo el capitán.

_ ¡No la defiendas, Eugenio! Ella siempre venía a verlo a él, nunca vino por mí.

_ Lo cierto es, señora Riestra_ dijo Sean Dortmund,_ que ella no lo hizo. Al contrario, pensó que había sido usted cuando la encontró junto al cuerpo de su marido y se inculpó por el crimen para defenderla. Nunca tuvo nada con su esposo.

Carina Riestra se quedó sin aliento, mientras nos miraba a los tres perdidamente.

_ ¿No se te ocurrió pensar que la pulsera te la compró a vos?_ le preguntó el capitán Riestra a su hermana, con contundencia.

_ Él nunca me hacía ésa clase de regalos_ declaró la mujer, compungida. Se puso de pie y palideció súbitamente. Luego, volvió a mirarnos con los ojos llenos de culpa.

_ Martina se culpó por mí... Y yo que la juzgué mal. ¡Es un ángel! No sé cómo disculparme con ella ahora por este malentendido.

_ No necesita hacerlo, señora Riestra_ dijo el inspector, complaciente.


_ Todo se reduce a un único sospechoso_ anunció el capitán Riestra, después de que termináramos de hablar con su hermana._ Santiago Lutzack.

_ Es posible_ sentenció el inspector, poco convencido al respecto._ Averigüémoslo. Pero el asesino creo que nunca vino de afuera. Se los explicaré oportunamente.

Hicimos llamar a Santiago Lutzack, que llegó en menos de diez minutos. Era un hombre de rostro atestado, corpulento y ademanes sutiles. Tendría en apariencia unos cincuenta años.

Cuando vimos lo que traía entre sus manos, nos quedamos petrificados. Era un portafolios. Y yo pensé para mis adentros que el trámite iba a resultar demasiado sencillo. Si la forma de su portafolios coincidía con la de la que estaba en la escena, el señor Lutzack no tendría escapatoria. Yo estaba gozando ésta pequeña victoria para mis adentros anticipadamente con mucho orgullo y moría por oírlo confesar el asesinato del señor Luro.

_ ¿,Por qué visitó al señor Luro hoy por la mañana?_ preguntó inicialmente Dortmund.

_ Soy su médico de cabecera_ respondió el señor Lutzack, con mucha calma y sin titubear._ Mejor dicho, era. Es tremendamente lamentable lo que le pasó.

Santiago Lutzack parecía sincero.

_ ¿Cuál fue el motivo de su consulta?_ prosiguió el inspector.

_ Un resfriado. Apenas le estaba agarrando, pero quería evitar que le afectara la garganta y me llamó para que le recetase algo para prevenirlo. Ése fue todo mi trabajo. Era tenor profesional y por ende, un obsesivo con el cuidado de sus cuerdas vocales.

_ ¿Cuánto tiempo estuvo?_ intervino Riestra.

_ Cinco, diez minutos. No mucho más. Salí de acá y me fui para la clínica Versalles, donde trabajo como médico clínico. Puede preguntar si quiere. Estaba terminando mi turno cuando ustedes llamaron.

_ ¿Se cruzó con alguien cuando llegó o cuando se fue hoy a la mañana?_ indagó Dortmund.

_ No. Vine, hice mi trabajo y me retiré. No vi a nadie más.

_ Permítame el portafolios, si es tan amable, señor Lutzack. Se lo devolveré a la brevedad.

El médico receló pero accedió a la demanda de mi amigo.

Sean Dortmund hizo la prueba pertinente comparando la forma del portafolios del señor Lutzack con la hallada en el escritorio de la víctima. Volvió en dos minutos, le devolvió la maleta a Santiago Lutzack y lo dejó ir.

_ El portafolios que apoyaron en la mesa del estudio del señor Luro era bastante más chico que el que el señor Lutzack traía consigo_ afirmó Dortmund.

_ ¿El portafolios de la escena tiene el tamaño de los que usan habitualmente los peritos?_ preguntó el capitán Riestra, relacionando los hechos lentamente en su cabeza.

_ ¡Tiene sentido!_ exclamé con vehemencia._ Mas, si el asesino utilizó guantes para no dejar huellas.

_ Exacto, caballeros_ ponderó Sean Dortmund con admiración._ El asesino llegó y esperó. Vio que el doctor Lutzack llegó y discretamente empleó un mecanismo para que la puerta quede abierta. Lutzack se retira, el asesino entra, se esconde y espera paciente. La señora Azcurra se va y un minuto y medio es todo lo que el asesino necesita para clavarle el punzón en la nuca al señor Abel Luro, guardar los guantes de nuevo en su portafolios y salir. Cuando abandona la casa, cierra la puerta de calle definitivamente y se va. Y vuelve junto con el equipo de Criminalística más tarde a hacer su trabajo. Y oportunamente, explora el terreno.

_ No tuvo tiempo de deshacerse de los guantes porque se notaría el faltante, lo investigarían y lo atraparían_ continuó el capitán Riestra con la deducción de los eventos._ Es el protocolo. Todos los elementos están inventariados.

_ Así que, tuvo que pedir un par de guantes prestados_ seguí yo_ y los que utilizó para matar al señor Luro aún los conserva encima.

No tardamos en averiguar que el perito que buscábamos se llamaba Néstor Torre. Revisamos sus cosas y tenía un par de guantes adicionales usados. Intentó disuadirnos, pero cuando lo confrontamos con toda la evidencia en su contra, se vio acorralado y aceptó confesar a cambio de hacer un trato con el fiscal. Aceptamos.

_ Con mi esposa estábamos muy mal_ empezó el señor Torre con su confesión._ Me costó horrores remarla y salvar la relación. Pero lo conseguí. Con esfuerzo y voluntad, lo conseguí. Le compré una pulsera como regalo de conciliación, que pensaba entregársela en el teatro. Saqué dos entradas para ir a ver El último canto del tenor, la ópera en la que cantaba Luro. A mi esposa, ése tipo de obras le fascinaban. Nos sentamos adelante de todo. Disfrutamos mucho. Le dije a mi esposa que tenía algo para ella, sin decirle qué.

<Cuando la función terminó, pedí permiso para acercarnos a los camarines y saludar al señor Luro. Después de eso, le daría la pulsera y todo sería perfecto.>

<Nos autorizaron a entrar al camarín a saludar al señor Abel Luro. Nos recibió gentilmente. Fue muy ameno durante el rato que compartimos con él. No habremos estado más de cinco minutos. Pero mi esposa estaba feliz de haberlo conocido.>

<Pensó que ésa era la sorpresa, pero le dije que había algo más. Cuando busqué en el bolsillo de mi sobretodo la pulsera, no estaba. Revisé los asientos y no se había caído ahí. Por ende, se me había caído en el camarín de Luro.>

<Le golpeé la puerta, me atendió, le planteé mi inquietud y me dijo que lo encontró. Pero que no iba a devolvérmelo. Pensé al principio que era una broma, pero nada de eso. Se apropió de mi pulsera. Discutimos fuertemente, me dijo que le quedaría mucho mejor a su mujer que a la mía, se rió de mí y me cerró la puerta en la cara. Mi esposa creyó que le mentí y me abandonó.> 

<¡Todo lo que hice por nada! Estaba todo perfectamente bien, pero ése infeliz de Abel Luro tuvo que aprovecharse y arruinarme. ¿Quién se creía que era el imbécil ése para faltarme el respeto de ésa manera? Tenía que hacerlo pagar. Salió del teatro y lo seguí en secreto para saber dónde vivía. El resto de la trama ya la conocen.>

_ ¿Por qué no se llevó la pulsera después de que lo mató?_ preguntó severamente, Riestra.

_ No sabía dónde la había guardado. Cuando volviese para hacer mi trabajo, la recuperaría discretamente, cosa que no hice, porque hay ojos por todos lados.

El capitán Riestra se llevó detenido al señor Néstor Torre y el juez exoneró a la señora Carina Riestra.

Ella y Martina Azcurra se fundieron en un abrazo profundo. Y la señora Riestra no paraba de mirar al capitán y agradecerle por su invaluable ayuda en el caso y por creer en ella todo el tiempo. La escena era muy conmovedora y habíamos entendido sólo así que el último canto del tenor no resultó en vano, después de todo.






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