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Embajador del asteroide
y otros poemas

una Poesia de
Paolizzi Miranda





Embajador del Asteroide  

Sentado en el manto del rey

El feudo es un desierto, mi sombra

se proyecta en silencio sobre arena blanca.


Me nombra embajador con un anillo,

la perfecta órbita elegida,

finísimo aro del tiempo,

que encuentra par en tu mano

y en su arco la marca de tu roce.

su órbita tiene una selva 

de troncos finos y violentos.


La orilla de un ojo en penumbras,

donde flota y pende una luna,

esa blanda pupila en el iris,

es igual de solitaria.

metálico oasis de mi carne,

de azogue rutilante y metonímico.


Yo, que no soy un hombre

de geografía, historia, cálculo

ni gramática, mas puedo ver

las estrellas del plano celeste,

un cordero en una caja imaginaria,

cien puestas de sol equidistantes

y a través de la piel de la serpiente, 

aunque sepa distinguir baobabs

de rosales, estrellas de faroles encendidos,

tus espinas de agujas adiestradas

y en mi cólera enigmática y silvestre

quiera guardarlas bajo llave,

ahora sé que para el rey,

todos los seres son súbditos.


Tiembla sin audiencia, casi siento lástima

en furor de monarca universal,

apenas hay espacio para un trono,

el reino está vacío, es el manto

nuestro fino oasis escarlata,

manchado de polvo y desconsuelo.



Oda a la gata


Cumbre de tu frente hirsuta

de la tigresa es espejo

es tu reinar tan sincero

que contra el tiempo perdura.

Templo ondulante es tu cuerpo

ábside en gloria tu salto

zarpas de oro bastardo

cazan por vano derecho.

Conjura un arco sagrado

cuando tu espalda se estira

tu bella hondura mestiza 

es de un andar solitario.

Yergue tu cola una fusta

no busca leyes ni tierra

ática cinta que tiembla

hasta su sombra desnuda

Descoronada gobiernas

como una esfinge te mueves

núcleo del cosmos, vertiente

de natural insolencia. 

Fuego color amatista

cruza tus ojos serenos

prueba viviente del ego

libre tu piel monarquía.

Hija de altiva pantera

alza el hocico de cuarzo

que tu félido descaro

sobre este mundo desvela.



Cacería

En tierra de Kubán abandonada
acecha el sagital perdigonero
el cuerpo es un racimo de penumbra
las piernas en el barro gritan solas
silueta que desfila entre linares
que zanja con el filo del cuchillo
los dioses se agotaron en sus labios
en búsqueda de ciénagas feroces
que presten a sus hijos alimento
ya fueron cinco días con sus noches
impávida su fuerza, una estructura
vacío su alarcón y la premura
a cada paso más entumecido.

El claro de Kubán, perdigonero
despierta ante unos seres ungulados
los sigue como víbora en la hierba
se alienta repitiéndose su nombre
sus huesos afligidos ya se arquean
al hambre que le ulcera las costillas
pues carga con sus días nueve noches
decrépito de pieles va irascible
elije de entre todos al más noble
apunta con estrépito consuelo
los dedos magullados obedecen 
su rostro elemental transfigurado
los dioses se reanudan en su boca.

Dispara.

La bestia se desploma.
No escuchó llegar la muerte.

El prado de Kubán, ensangrentado
irradia la bronceada cornamenta
las aves se licuaron en el aire
exclama el vertebral perdigonero
su cuerpo es una estela de alegría
destella su mirada entre malezas
que aparta con la frente lacerada
se abate en el instante junto al cuerpo
dejando acicalarse la memoria
la caza formidable de otro tiempo
lo hunde el pastizal y se lo traga.

India

Mi aliento vacila en la curva de tu oído,

queriendo guarecerse. 

Y guareciéndose tu rostro dónde nace el mío,  

se comprimen en silencio.

Beso entonces la cumbre de tu hocico.
Somos una estatua bicéfala.   
Contengo el aliento,
para que no te perturbe.   
Te mueves y rompes el hechizo.
Mi mano alcanza tu cuerpo y se hunde,
en un portal laxo y palpitante,
de habitual indiferencia.  
Tu cuerpo es una víbora trémula,
se disuelve con elegancia.
Ahora es un arco solitario,
cuatro estribos, y una mancha fugaz.


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