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AL TERCER DÃA

un Cuento de
Pedraza Pablo Alejandro





Comprendí que ella no podía verme cuando me busqué sin suerte en el reflejo de sus ojos vidriosos. Fue en ese preciso instante en que me golpeó el sonido desolador del papel al desgarrarse una y otra vez entre sus manos. Y esos fragmentos de sentimientos desesperados, acuñados en aquella última carta de letras imperfectas, volaron entre nosotros. Atravesaron mi silueta incorpórea como una decena de mariposas blanquecinas, de palabras mutiladas que murieron desparramadas alrededor de mis pies descalzos.

Una disculpa que ella no consiguió leer y que yo ya no podría volver a escribir, aunque recuerde cada detalle de mis temblorosos trazos.

Y nos quedamos en silencio contemplando mi cuerpo tieso sobre nuestro lecho, el que yacía a un lado del frasco vacío de pastillas.

Justo antes de caer la tarde, después de que esos hombres de bata blanca se llevaran mi carne indolente, ella se fue. Y permanecí allí, atrapado en nuestra habitación, a la espera de un perdón que nunca llegaría. Pero después de tres días, de silencio y oscuridad, ella regresó. Entró a la casa y, aunque no podía verme, fue directo a arrodillarse frente a mí. Y sin ahorrarse el llanto, levantó uno a uno los trozos de mi carta.



© 2021 Pablo Alejandro Pedraza
Buenos Aires, Argentina
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