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LA CAÑITA VOLADORA
CORTITOS Y AL PIÉ
un Cuento de
Niz Hernando
#cortitosyalpie2
CAÑITA VOLADORA:
Que linda fue la época en que mi viejo, para fin de año se ponía a encender las cañitas voladoras que comprábamos en el quiosco de en frente de casa.
Qué hermoso era, el ver que mi viejo tenía cierta presteza para manejarse con la pirotécnia. Y yo a éso, se lo admiré por mucho tiempo. Papá, agarraba una botella de sidra vacía, colocaba la cañita en cuestión, con la carga en forma de cilindro en la punta que se encendía desde una mecha, la inclinaba unos grados fuera de la ventana y mientras dejaba que un cigarrillo se encendiera en su propia boca, nos decía que nos alejemos un poco. Y la magia surcaba los aires en un sólo impulso a manera de cohete espacial dejando tras de sí la estela luminosa multicolor. Para mí y mis hermanos, resultó siempre en un momento especial y si se quiere mágico.
Entonces, cuando uno crece, también quiere experimentar con los recién llegados en la familia, los más chiquitos quienes inexpertos, lo buscan a uno para que les enseñe y ser como una especie de padre -yo no tuve hijos propios, pero tengo varios sobrinos- y la vez pasada, para un fin de año fue esto, viene uno de mis ahijados que para ése entonces, apenas contaba con siete u ocho años y viene, me dice entusiasmado - Dijo la abuela que vos sabías encender las cañitas voladoras- lo miro perplejo, lo pienso un minuto y luego decidido como nunca, voy y me pongo a la tarea de ayudarle con ése lindo menester.
Agarro la cañita, la coloco en una botella de sidra vacía, a todo esto me rodean otros sobrinos; Yo que con manos apenas temblorosas me dispongo a encender la mecha y en un santiamén, la cañita voladora se había transformado en una incandescente estrella de colores fulgurosos. Acto seguido, se impulsa y se abre paso por el cielo colmado de luces festivas y atronadores ruidos de fuegos de artificio. Miro todo su trayecto extasiado, volteo a mirar la cara de mi sobrino y lo veo bastante decepcionado. Le pregunto - ¿Y? ¿Qué te pareció?- a lo que él, enseguida me responde con una voz de desánimo - Ahí van mis cincuenta pesos, quemados al reverendo pedo...-
CAÑITA VOLADORA:
Que linda fue la época en que mi viejo, para fin de año se ponía a encender las cañitas voladoras que comprábamos en el quiosco de en frente de casa.
Qué hermoso era, el ver que mi viejo tenía cierta presteza para manejarse con la pirotécnia. Y yo a éso, se lo admiré por mucho tiempo. Papá, agarraba una botella de sidra vacía, colocaba la cañita en cuestión, con la carga en forma de cilindro en la punta que se encendía desde una mecha, la inclinaba unos grados fuera de la ventana y mientras dejaba que un cigarrillo se encendiera en su propia boca, nos decía que nos alejemos un poco. Y la magia surcaba los aires en un sólo impulso a manera de cohete espacial dejando tras de sí la estela luminosa multicolor. Para mí y mis hermanos, resultó siempre en un momento especial y si se quiere mágico.
Entonces, cuando uno crece, también quiere experimentar con los recién llegados en la familia, los más chiquitos quienes inexpertos, lo buscan a uno para que les enseñe y ser como una especie de padre -yo no tuve hijos propios, pero tengo varios sobrinos- y la vez pasada, para un fin de año fue esto, viene uno de mis ahijados que para ése entonces, apenas contaba con siete u ocho años y viene, me dice entusiasmado - Dijo la abuela que vos sabías encender las cañitas voladoras- lo miro perplejo, lo pienso un minuto y luego decidido como nunca, voy y me pongo a la tarea de ayudarle con ése lindo menester.
Agarro la cañita, la coloco en una botella de sidra vacía, a todo esto me rodean otros sobrinos; Yo que con manos apenas temblorosas me dispongo a encender la mecha y en un santiamén, la cañita voladora se había transformado en una incandescente estrella de colores fulgurosos. Acto seguido, se impulsa y se abre paso por el cielo colmado de luces festivas y atronadores ruidos de fuegos de artificio. Miro todo su trayecto extasiado, volteo a mirar la cara de mi sobrino y lo veo bastante decepcionado. Le pregunto - ¿Y? ¿Qué te pareció?- a lo que él, enseguida me responde con una voz de desánimo - Ahí van mis cincuenta pesos, quemados al reverendo pedo...-

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